
Recuerdo que uno de los juegos más divertidos para nosotros que crecimos en un barrio popular muy hermoso por cierto y lleno de bastantes amiguitos para jugar, era aprovechar las vacaciones de fin de año – sacábamos nuestros dotes de artistas y empezábamos a dibujar en pergamino cositas de navidad y por qué no.. “le colocamos un mensaje” decíamos entre nosotros y así se volvían tarjetas, también hacíamos unos hermosos angelitos con bolas de icopor y telas que encontrábamos en casa o alguna camisa que creyéramos estaba viaja – “con suerte corrían que no fuera un traje lujoso de mamá ja, ja, ja” – así nos fuimos a nuestro maravilloso mundo de los negocios, varios chiquitines vendiendo su bello arte de casa en casa, tocando puertas… una a una, donde la pena y el miedo no estaba en nuestro ser, así fuimos vendiendo, esas hermosas tarjetas con aquella letra choneta y dispareja que solo tenemos cuando tenemos 7 años. Llegaban nuestros padres de trabajar y nosotros felices de ver nuestro fruto de la venta, no supimos si nos quedó ganancia o no (que sería lo que diría un adulto) la ganancia nuestra era la diversión, el salir a vender y tener muchas moneditas sobre nuestro viejo escritorio de madera que colocamos para vender también en la puerta de la casa – ohhh que tiempos hermosos, donde la preocupación era que vamos a jugar hoy y que queríamos comer… para ello vendíamos nuestros talentos plasmados en aquellas obras. Gracias vecinos por ser parte de este hermoso aprendizaje.

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